domingo, 14 de junio de 2009

A CINTHYA.

Recostada sobre el sillón de mi casa contemplaba la sala, y raramente me parecía más amplia de lo normal. Veía pasar las horas, descansando, como cavilando, como esperando…
Interrumpió mi tranquilidad el teléfono, instalado en una esquina, como castigado. Sobresaltada por el susto de su timbre, atendí la llamada levantando el auricular, con el corazón exaltado.

-Hola, buenos días- dije con voz temblorosa.
-¡Aló!- respondió una mujer cuya voz desconocía.
-¿Tu eres hermana de Cinthya?- preguntó
-Sí, lo soy- respondí intrigada.
-Mira hija tu hermana está en el hospital de policías. Tuvo que ser llevada de emergencia- informó tratando de imponer tranquilidad…

El silencio presionó mi garanta, mi cuerpo se enfrió, mis ojos no parpadeaban…

Luego de haber escuchado a la nada por un minuto, sólo atiné a decir «gracias». En silencio quedé perpleja, paralizada, asustada, permanecía de pie, tratando de encontrar mínima solución al hecho que estancó mi cerebro.

Cinthya, mi hermana mayor, tiene 19 años. Ella es cadete de la Escuela de Oficiales de la Policía. Convive con más de mil de sus colegas. Sus vidas se acortan allí dentro, en ese mundo todo es limitación, viven paramentrados. Ellos no caminan, ellos corren, tampoco hablan, sólo gritan, ¿existe la justicia? … No hay vida propia allí dentro…

Ella es muy valiente, camina sin mirar atrás, camina con paso seguro, su vida se vuelca hacia su vocación, luce su estigma a donde vaya, lo luce con orgullo y se nota en cada postura rígida al caminar. Su mirada asusta a los que desconoce y envuelve ambigüedad en su conversar.
Llegué a ese hospital, moría por verla, necesitaba mirarla. Mi cuerpo temblaba. Caminé buscando a la persona que marca los días de mi vida con ejemplos, entre paredes blancas y sábanas del mismo color. Caminaba casi a ciegas, tratando de encontrar su rostro en medio de penumbras. Caminaba por inercia y con ganas de verla.

Hallé su habitación, era el número que buscaba. Ingresé. El corazón se me aceleraba a cada paso…

Allí estaba ella, recostada y aburrida. Sus ojos grandotes estaban tristes, su rostro era del color de las paredes, tan pálido, su semblante me hablaba muy débil. Sus ojos decaídos se fijaron en los míos, mi rostro también palideció.
Las agujas incrustadas en sus bracitos incrustaban mi corazón, ¡que dolor el mío! El suero no paraba de gotear mientras planeaba como iniciar una amena conversación que pudiese cambiarle la carita…

¡Hola! , ya llegué – le dije con tono escandaloso, como acostumbro hablarle (y ella sonríe siempre). Pero esta vez no fue así…

Otra vez el silencio se hizo presente. Ella me miró, trató de sonreír, lo estaba logrando, y al verse ahí tumbada con tantas cosas alrededor, sus lágrimas llegaron antes que su sonrisa.
Mi plan falló, porque me abalancé contra ella a juntar sus lágrimas con las mías.

Cinthya, como la llaman en ese lugar, estaba apunto de morir- y ella no lo sabía-.
Desconocí a mi sangre, tan débil, callada y triste. La muerte la rondaba, y por primera vez, ella sintió el temor.

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