viernes, 6 de febrero de 2009

FERNANDO HIDALGO IBARRA.

Yo redactaba una nota triste. Yo escribía pensando en la crueldad de la vida y la injusticia que les toca vivir a algunos tratando de hacer el seudo bien, con uniformes y posturas estrictas. Yo anotaba los datos de las personas fallecidas en ese operativo, en ese estúpido operativo. Yo buscaba referencias de los dos caídos en el duro enfrentamiento, donde tenían todas las de perder. Yo seguí la noticia casi cuatro días sin saber los nombres de los protagonistas de esta historia de horror.

Yo leía todas las notas buscando algo que quizá presentía. Yo indagaba los nombres de los fallecidos por inercia. Yo buscaba algo que no quería encontrar. Yo hallé el nombre de los dos policías muertos… Y encontré tu nombre, Fernando…

No quise escribir más porque le dolor entumecieron mis dedos. Porque los recuerdos se me vinieron por montones. No quise escribir más porque sabía que eras tú desde un principio. No pude escribir porque mis manos fueron directo a mi rostros a tratar de contener el llanto y la desesperación de no poder hacer nada. No puede ni quise escribir, porque tu rostro se plasmó en mi mente, y la mirada la tenía fija en ti.

Te busqué en los reportajes de televisión, como última alternativa a mi esperanza. Para así creer lo que estaba sucediendo viéndote por última vez… Ahí estabas, con tu uniforme, como nunca te había visto, como nunca te hubiese imaginado.

Ahora escribo, ahora te escribo. No era tu hora pienso yo, un balazo no podía arruinarte los sueños. Pienso igual que tu familia, ¡lo sé!

Hubiese preferido que seas un personaje ignoto de mis redacciones, uno más; pero te encontré y ahora no te veré más.

Hasta pronto Fernando, descansa en paz…